lunes, 10 de agosto de 2009

Ich habe meinen Koffer verloren...He perdido mi maleta

Berlín abruma. Las avenidas anchas se comen mis pasos, los alargan hasta eternizarlos. La siguiente manzana se encuentra a 10 minutos. La iglesia Kaiser-Wilhelm-Gedächtniskirche , de las pocas auténticas de la guerra, con original cúpula hexagonal, asoma al fondo, creando un atractivo horizonte que nunca llega.


Los alemanes caminan callados, cruzando indiferentes las líneas de piedras que indican el camino del antiguo muro, mientras un grupo de turistas juegan con sus pies al oriente y occidente, ahora sí , ahora no.

Los iconos de los semáforos, recuerdan las antiguas zonas divididas de la guerra. De alguna manera para no olvidar, pese a la división de opiniones, que hubo un tiempo en que Berlín tenía 4 zonas dominadas por dos países.
Berlín no es una ciudad de monumentos antiguos, poco había quedado después de 1945. Berlín es una ciudad nueva que se presenta atrapada en el simbolismo y la historia.

Rabia mía, consideración para otros.

"El transporte funciona muy bien" - dicen los lugareños - "habeis pillado una mala semana."

Vaya. Seguro que les dicen lo mismo a todos. Toda la red de cercanías cerrada por reconstrucción.

También pillamos el día de una maratón nacional y carrera de patines. Soy incapaz de contar cuánta gente se dio cita, pero la calle principal Ku Damm fue cerrada durante todo un día. El único día que decidimos movernos con coche, craso error.

El calor y el buen tiempo nos facilitaba nuestras caminatas, mejor o peor calculadas. Vimos mucho en el tiempo apropiado, gracias a una guía (como no puede ser de otra manera, mi madre)

Los niños pedían dinero tocando teclados, guitarras o violines, sonreían, con la falsa sonrisa de llevar una rutina que no les corresponde. La inexpresión de los alemanes no me dio pistas sobre si es normal, terrorífico o simplemente ignorante.


Las manifestaciones, el baile y el yoga se sentaban enfrente de la puerta de Brandenburgo, el bboying pedía con gorras en Europa Center, las currywurst eran el menú típico en cualquier restaurante a precios calcados.

Postdam fue y es el mayor paripé que he visto hasta la fecha, un barrio de mentira, una tapadera para turistas o para los madrileños un Rozas Village con mapa de interés y un tranvía que lo cruza.

Sachsenhausen, el campo de concentración donde se "concentraron" desde 1936 a prisioneros políticos, judíos, polacos, militares soviéticos, homosexuales... y luego se exterminaron. Los edificios eran de ayer, como quien dice. Duchas, retretes, camas, cepillos de dientes, pijamas, maquinas inmovilizadoras, hornos crematorios y muros simbólicos donde casi podía ver a las SS encañonando a inocentes apretando los dientes, para redimir el dolor, cuyo pecado era haber nacido.

No hubo tiempo para compras innecesarias, aunque sí nos dejamos engañar por los trozos de muro en imanes y postales.

Los osos de colores, de todo tipo de profesiones y looks invadían los portales, llenaban mi tarjeta de memoria y le recordaban, a mi otra memoria, al otro oso, el del madroño.


Lo más bonito sin embargo de Berlín, fue lo que no era Berlín, una ciudad a 200 km llamada Dresden, histórica, con atmófera medieval, estropeada por los ascensores hacia las cúpulas.

Plazas señoriales, maravillas de alumbrado público y restaurantes museo, que aumentaban el diámetro de nuestra boca abierta.

La historia dominaba a Berlín, por eso ahora, se abre con la imitación de la CN Tower de Toronto en versión corta, fachadas Sanyo a lo Times Square, calles de ricos como Serrano, con escaparates de lujo en medio de las aceras, centros comerciales de cristal y espejos, una moderna cúpula en el Reichtag ahora renombrado Bundestag que es un mecanismo que atrapa luz natural, una explanada de cesped con desnudeces que gritan NO WAR.
Los ríos Spree y Havel que hacen presumir a Berlín de comparaciones entre Florencia y Venecia.
Potsdamer Platz quedó en el área donde se dividían los protectorados soviético y norteamericano por lo que siendo tierra de nadie después de la guerra, ahora es la cuna de los festivales de cine con esa majestuosa cúpula que cambia de color en el Sony Center, donde está permitido robar a los clientes cobrando 3 euros por un expresso y 5 una caña.

Lo único que le reprocharé siempre a Alemania, es tener Egipto y Siria encerrados en habitaciones del museo Pérgamo. Es frívolo y escalofriante, a la altura del museo del terror con imágenes de las SS y Hitler en acción.

Muchas cosas en Berlín, nuevas, con un gran doble sentido histórico, reivindica, denuncia y levanta cabeza, dando esa sensación de fuerza que siempre tuve de los alemanes.

Ellos, serviciales algunos (como el policía que dio media vuelta para indicarnos y casi se ofrece a llevarnos, o la mujer de la mesa de al lado aconsejándonos platos deliciosos) o enfadados y secos, como el que nunca recogió las cervezas de la mesa, o el que me dio un rotundo no mientras lo demás, en alemán, no pude entender nunca.

Fue imposible contactar con mi amigo alemán por problemas telefónicos, que no fueron nada comparado con los que tuvo Iberia para recuperar nuestras maletas, rotas, por cierto.

Todo viaje tiene sus curiosidades. Me dejo cosas, pero algunas podían ser avergonzantes y me han enseñado a decir lo justo y contar solo lo que un lector de blogs querría saber.

Quién tenga dudas, ¡que pregunte!

1 comentario:

Ange dijo...

quiero ir a Berlin! y a mil sitios, ¿donde nos vamos neni?

a Mojacar está visto que no :(