martes, 17 de mayo de 2011

Poder y flaqueza

Le caía el pelo sobre los hombros.
Más ondulado que liso.
Se tapaba el rostro adrede. Hoy no le apetecía saludar al mundo. Pocas veces hablaba con él directamente. Prefería la reflexión y las líneas desiguales de un cuaderno de hojas blancas.
Pasaba las hojas demasiado rápido.
Tan rápido como lo que había vivido.
Tiene 19 años, mañana tendrá 20. Y a pesar de ello su mirada refleja la tristeza de un alma encerrada en un mundo demasiado pequeño, demasiado agresivo, y poco conmovedor.
Disimulaba su desdicha con un vestido negro de flores rosas, unas botas viejas con los cordones desabrochados, y una fina chaqueta, con algún agujero escondido por el paso del tiempo.
Un tiempo que ella permaneció escondida en falsas sábanas de seda, encerrada en la mente de hombres que sujetaban su carne trémula.
Porque la carne no disimula su inseguridad. El alcohol le hizo flaquear en ocasiones. Levantarse sin acordarse si acaso usó un condón, y sin saber el punto exacto de la ciudad donde estaba para partir de nuevo a su casa.
Lo que quizá nadie le pudo arrebatar nunca es su lectura, y la visión del mundo cuando estaba sobria. Nunca escribía aquello que pensaba porque su alma ebria llenaba los renglones de angustia y brillante esperanza que despierta era incapaz de creer.
Esa chica era la persona más inteligente que he conocido.
Un imán de poder sexual, víctima del mundo pequeño donde no cabe, y la flaqueza de la cafeína, la nicotina, y solo Dios sabe cuántas cosas más.
De ojos profundos, en los que apenas se ve nada. Pero un cuaderno, lleno del alter ego que mucha gente no saca.
Porque la lucha entre el poder y la flaqueza, puede destruir la ejecución de un alma prodigiosa.

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