miércoles, 14 de septiembre de 2011

Una noche triste

Una noche triste, con luz indirecta, el brillo de un guante de diamantes, la sonrisa de unos labios de madera rojos, y unos ojos penetrantes en la imaginación.
Lo que más duele en noches como esta es que todo pertenezca precisamente a la imaginación, a que un objeto cotidiano se convierta en una constante llamada del recuerdo. Dicen que aunque todo nos recuerde a lo mismo, no es el todo el que nos recuerda, sino nuestra cabeza obsesionada, que hace que cada detalle sea más visible.
Nos volvemos reflexivos, las canciones que cantamos por un momento solo nos hacen llorar, el silencio se vuelve el peor enemigo, y los olores que creemos que olemos ya no están en el ambiente, sino que se nos han metido en el alma.
En una noche triste solo piensas, que sus labios son los que mejor sabían, sus manos las que mejor tocaban, y sus palabras, las que más dolían, pero quizá es el error de sentirlo así. Y las noches son tristes cuando reconocemos los errores. Los nuestros, los ajenos, y no paramos de llorar, preguntándonos si tendríamos que hacer algo al respecto.
Una noche triste, en la que uno se acuesta sin llegar a ninguna conclusión. Y eso hace que sea aún más triste. Si cabe.

No hay comentarios: