martes, 7 de junio de 2011

Crédito

No estoy segura de que las personas que dicen poder hacer cosas, puedan hacerlas realmente, deberían dedicarse a hacerlas en vez de decir que las podrían hacer pero mírales donde están.
Con el pantalón apretado, la camisa reventona y un mal humor general, hablando de la juventud de los demás, abusando de estatura y sin embargo pequeño, con los ojos cerrados y casi chepa.

Enfrascado en amenazas y el discurso de la rutina, menospreciando el trabajo de los demás y valorando sólo aquello que es artístico solo si se es protagonista.
No me gusta ese perfil. Y no me creo nada de nada. Nunca me he considerado tonta como para pensar que mi formación es más pobre o incorrecta. No se aprende de los años sino de las experiencias y la manera de afrontar los pequeños obstáculos.

Recuerdo cuando llegué al segundo ciclo de la carrera. Una clase inmensa, mi primer contacto con la universidad pública. Muchos grupitos ya hechos, y mucha gente subestimando a la niña que llegaba de una privada. ¡Qué mamones!

Panorama propicio para conocer y calar a la gente directamente.
Me condenó un poco una persona que conocía de un día, me sentí obligada a meterme en grupos de trabajo. Resultó ser un grupo agobiante. Hablaban del tono de voz de uno, de las greñas del otro, del culo de la pelandrusca, del collar de la repipi, de las actividades callejeras del rapero...
Es decir, un montón de personas que nunca pude conocer porque solo hablaban de otras personas y mal, muy mal.

Al final terminé sumergida en el trabajo y los libros, uno de ellos "Las benévolas", Les Bienvellantes en francés, 1000 páginas de malas intenciones donde las haya, de odio holocáustico, o sea que con la historia ya tenía suficiente como para experimentarlo en el soporte realidad.

Terminé yéndome a otro país, donde viví un Big Brother que real o no, al menos hizo que me lo creyera, que de eso se trata.
Sea verdad o sea mentira, que al menos me engañen, y me lo crea.

No hay comentarios: