martes, 6 de marzo de 2012

Queda una luz en el cielo


Joel camina por la vía del tren.

Una noche seca y fría le acompaña.

Su cabeza le pica y no puede parar de rascarse, el desconcierto acompaña su gesto.

¿Cómo pudo perder ese tren?


Lo cierto es que no era la primera vez que sus pasos lentos no le llevaron a su destino.
Pero espera, ¿destino? si sus pasos no le acompañaron sería imposible que su destino se hubiese escapado.


Leonardo Da Vinci le decía a sus pupilos que al destino había que echarle una mano.

¿Y si le echas piedras?

¿Podría enfadarse el destino?

¿Podría alguien ser tan estúpido de faltar al respeto al destino, y perderle para siempre?
Joel se sentía mal aquella noche, balanceándose por la fina línea de las vías, el crujir de las maderas, y el silencio sepulcral de una vía sin parada.


Ahora él esperaba el tren que perdió.


Con el miedo de que el destino le perdonase y no le tuviera preparado un tren ingrato.
A pesar de ello, esperaba en silencio, con algunas lágrimas sobre las mejillas.
El ser humano tiene algo maravilloso que va después del uso de razón: el arrepentimiento.
Podemos arrepentirnos. Podemos errar y arrepentirnos.


Un tren lejano hace vibrar las vías, Joel se aparta. Observa el cielo. Fuerza la vista y ve una estrella. Parece que queda una luz en el cielo.


El ser humano se arrepiente de sus errores. ¿Pero pueden otros seres humanos perdonarnos? Las estrellas y los trenes al menos parecen poder hacerlo.


Photo by: Bibliosity Blogspot



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