jueves, 14 de julio de 2011

Hablemos del tiempo

Durante un segundo, el tiempo se para a escuchar los murmullos que hablan sobre él.
Y la decepción que le provoca tu corazón, que suena por encima de mis palabras.
No puede escuchar lo que te digo al oído. Y menos cuando son mis poros los que hablan a tu piel.
Precisamente inventamos ese lenguaje para que el silencio no pudiera meterse en nuestros asuntos del alma. Y que el tiempo no pudiera ser cómplice del silencio, ni de nuestras palabras de amor.
Mis lágrimas son su única pista de que algo no va como debería. Y aún así no se acerca a descifrar si es alegría o tristeza, cuando el sol vuelve a salir por la rendija del hueco en la ventana al día siguiente.
No entiende el tiempo, que aunque corra más deprisa, como las arritmias de tu corazón, no consigue que hablemos más deprisa, ni más alto. Ni de ninguna otra manera a como lo hacemos ahora. Hablando del tiempo, breve, intenso, estático en los momentos en que mis ojos creen entender lo que les dicen a los míos.
El tiempo espera impaciente, a que hablemos del tiempo, y de los besos que nos damos en ese momento récord. Pero los besos son algo de lo que el tiempo no entiende.

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