lunes, 23 de marzo de 2009

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Tengo que reconocer que siempre me quise mucho.
Tengo fotos mías en la pared.
Pienso que mi pelo puede engatusar.
Siempre supe que aprendería a ser interesante sin hablar.
Tuve un buen cuerpo.
Fui feísima.
Llegué a llorar por varios hombres.
Soy una combinación de extremos que no se precipitan.
Fui una reprimida sexual.
Me enseñaron a recoger el placer y tomarlo poco a poco.
Me dí cuenta de que no se nada sin ayuda de los demás.
El trabajo en equipo al final es lo único que cuenta.
Pero eso es porque todos y cada uno de nosotros somos bien conscientes de lo capaces que somos.
Y dentro de la inseguridad, siempre se ha escondido la misma persona de siempre, la que sale adelante.

He de confesar que la música y la literatura me ayudaron a expresar lo que no podía firmar yo misma.
No pretendo acaparar la atención, pero termino siéndolo de un modo u otro.
Me cansé de ser modesta en ciertas cosas.
Escondo cosas como todo el mundo. Y nadie puede penetrar en ellas si yo no quiero.

No juego con las connotaciones. Pero se desprenden de forma natural.
Tengo los valores de la amistad y la familia elevados a un exponente que no cabe en la pantalla. Cuido a la gente que quiero porque una vez perdí una oportunidad.

Y dentro de todo lo que vivo en la vida, no sé hasta cuando lo tengo. Algo comienza y me hago ilusiones. Terminan y no sé como acabarlas.

Creo que nunca podría olvidar esta etapa de mi vida aunque quisiera. Cada vez se vuelve más ajustada al término felicidad.

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