
He abandonado el mar sin olas, encerrado entre montañas.
Me he metido entre la tierra vestida de asfalto.
He dejado atrás miradas furtivas, sonrisas relajadas y preguntas atrevidas.
Ahora, con mi mejor sonrisa, quisiera poder continuar lo que empecé. Menos temeridad. Por dentro, en el mar o en la tierra, siento que soy una corriente, un huracán. Asusto.
En el mar, el miedo de ahogarse nos hacía valientes. En la tierra buscan aún algo a lo que temer. Muchas veces me buscan a mí.
Una amiga mía siempre dice que ya le da igual todo.
Es mentira.
A mí no me da igual tampoco. En el mar nos besamos. Y sí me importa si no nos besamos en la tierra. El destino es un vago. Y sí me importa tener que dejarle el trabajo a un vago.
En el mar era más valiente porque me podía esconder entre montañas.
En la tierra me encontrarían al entrar en los edificios.
Yo no me escondo demasiado. Miento y digo que me da igual todo, pero quiero creer que el mar no es tan poderoso.
Yo no quiero utilizar al mar para refrescarme y después que no pase nada. Soy parte de sus olas. Una ola enviada a la tierra.
Una ola de calor azota Madrid. Ha vuelto desde muy lejos.
Vaya.
Igual que yo.
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