lunes, 28 de abril de 2014

Ángela

Ángela.
El primer día que la vi, iba de amarillo, el color de la alegría.

Aunque la alegría de la huerta, todo hay que decirlo, no estaba personificada ese día, que me dio dos besos orejeros, como dice ella, y se presentó con tono agrio (si Angela, sí, no pongas esa cara que estás poniendo porque ya te he perdonado).

Pero ese primer encuentro es el que tuvimos y ese malestar por estar en el turno de tarde de la universidad nos unió para siempre.
¿Quién me iba a decir a mi, que bailaría con ella hasta altas horas, que nos sentaríamos en la orilla de distintas costas, que seríamos modelos la una para la otra? ¿Quién iba a decir que los capones que le diese yo un día me los devolvería ella al siguiente? Es así. Y así será siempre. Lo único que ha dejado de hacer es pintarme las mangas con tinta de boli porque ya no compartimos pupitre, y cuando la tengo cerca ya no lleva el boli cerca (gracias smartphones por permitir las notas). 

El caso es que es el claro ejemplo de que “las apariencias engañan”. No es muy grande. Es pequeña. No habla alto. Habla claro. No le sale todo bien. Se deja la piel. Está morena todo el año. Su amistad es para toda la vida. ¿Cómo no iba a comprometerme?

jueves, 24 de abril de 2014