El primer día que la vi,
iba de amarillo, el color de la alegría.
Aunque la alegría de la huerta,
todo hay que decirlo, no estaba personificada ese día, que me dio dos besos
orejeros, como dice ella, y se presentó con tono agrio (si Angela, sí, no
pongas esa cara que estás poniendo porque ya te he perdonado).
Pero ese primer encuentro es el
que tuvimos y ese malestar por estar en el turno de tarde de la universidad nos
unió para siempre.
¿Quién me iba a decir a mi, que
bailaría con ella hasta altas horas, que nos sentaríamos en la orilla de
distintas costas, que seríamos modelos la una para la otra? ¿Quién iba a decir que
los capones que le diese yo un día me los devolvería ella al siguiente? Es así.
Y así será siempre. Lo único que ha dejado de hacer es pintarme las mangas con
tinta de boli porque ya no compartimos pupitre, y cuando la tengo cerca ya no
lleva el boli cerca (gracias smartphones por permitir las notas).
El caso es
que es el claro ejemplo de que “las apariencias engañan”. No es muy grande. Es
pequeña. No habla alto. Habla claro. No le sale todo bien. Se deja la piel. Está
morena todo el año. Su amistad es para toda la vida. ¿Cómo no iba a
comprometerme?
1 comentario:
Sólo puedo decirte que nuestra amistad es para toda la vida, y que ya te pintaré alguna que otra manga para no perder las buenas costumbres!!! Love you enana!
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