Estaba literalmente en la otra punta de la barra. Aunque se
hacía hueco su mirada, había demasiadas cosas delante: Una caja con limones,
copas, un grifo de cerveza, servilletas. La excusa fue la televisión, que le
permitió obligarse a desplazar la banqueta hasta justo detrás de ella. Casi podía
olerla, y ella casi podía tener escalofríos al sentir su respiración acercarse
a su piel. No hablaban. Pero miraban. Vigilaban su presencia.
La mujer de él consultaba el teléfono, apoyada en la barra,
sin percatarse de que su marido parecía interesarse por otra
La lucha de miradas duró toda la noche, hasta que ella se
fue.
Se puede decir que tuvo suerte.
Suerte de irse antes de que intentaran a fin de cuentas,
hacerla daño.
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