Joel camina por la vía del tren.
Una noche seca y fría le acompaña.
Su cabeza le pica y no puede parar de rascarse, el desconcierto acompaña su gesto.
¿Cómo pudo perder ese tren?
Lo cierto es que no era la primera vez que sus pasos lentos no le llevaron a su destino.
Pero espera, ¿destino? si sus pasos no le acompañaron sería imposible que su destino se hubiese escapado.
Leonardo Da Vinci le decía a sus pupilos que al destino había que echarle una mano.
¿Y si le echas piedras?
¿Podría enfadarse el destino?
¿Podría alguien ser tan estúpido de faltar al respeto al destino, y perderle para siempre?
Joel se sentía mal aquella noche, balanceándose por la fina línea de las vías, el crujir de las maderas, y el silencio sepulcral de una vía sin parada.
Ahora él esperaba el tren que perdió.
Con el miedo de que el destino le perdonase y no le tuviera preparado un tren ingrato.
A pesar de ello, esperaba en silencio, con algunas lágrimas sobre las mejillas.
El ser humano tiene algo maravilloso que va después del uso de razón: el arrepentimiento.
Podemos arrepentirnos. Podemos errar y arrepentirnos.
Un tren lejano hace vibrar las vías, Joel se aparta. Observa el cielo. Fuerza la vista y ve una estrella. Parece que queda una luz en el cielo.
El ser humano se arrepiente de sus errores. ¿Pero pueden otros seres humanos perdonarnos? Las estrellas y los trenes al menos parecen poder hacerlo.
Photo by: Bibliosity Blogspot
No hay comentarios:
Publicar un comentario