lunes, 21 de diciembre de 2009

Cuando me revolqué en la nieve

Me dí un buen golpe.
La nieve no era blanda, es más juraría que debajo de la nieve, a escasos centímetros habia un bloque de hielo. La tabla no se deslizaba como de costumbre, no peinaba el suelo, lo arañaba. Al girar a un lado y a otro lo único que hacía es perder la dirección y cuando me precipité hacia abajo quise frenar, pero ya iba demasiado embalada. Me asusté, así que precipité mi caída hacia alante poniendo las manos, porque no quería golpearme el trasero otra vez.
Hice mal.
Me comí una cantidad considerable de nieve, mis gafas salieron disparadas. Se me soltó un enganche del pie derecho de la tabla de snow, y giraba a su libre albedrío, me doble al caer al suelo con tanta elasticidad que no sé ni como conseguí golpearme en el pecho, pero durante unos segundos pensé que no podía respirar. Se me saltarón las lágrimas del dolor, mientras los copos de nieve caían sobre mí.

Empecé a escupir, de repente la boca me sabía a sangre. Luego realmente no me pasó nada. Mis compañeros desde abajo me gritaban que si estaba bien. Sí. Estupenda. Estoy estupenda. Pero no conseguí levantarme sobre la tabla de nuevo. Ese fue mi final con el snowboard por ese fin de semana.

Me pasé al modo trineo. Y me gustó cien veces más.

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