Recuerdo que era jueves, fui a clase porque teníamos un
examen de recuperación de historia, me lo ha recordado mi amiga Maria Anna,
porque de ese día solo recordaba buscar desesperadamente una radio y escuchar
qué estaba pasando, y por qué no llegaban a tiempo algunos compañeros a clase.
Días después, yo tenía 17 años, cuando escribí esto.
“A partir de un jueves, nadie habla en los vagones. Solo hay
un silencio que no para de gritar ahogado por la impotencia que siente, la rabia
que le ha inundado, la desesperación en que ahora está sumergido.
La gente no puede llorar porque tiene miedo, las lágrimas
empañan su visión, y ahora no hacen más que mirar a todo individuo con mochila
en el tren. No hay tiempo para llorar mientras corres peligro.
Ya nadie tiene nada que contar porque lo único de lo que se
habla estos días, es ahora tabú en la
RENFE.
Nadie se atreve a seguir con su vida, porque mucha gente
ahora tiene una totalmente distinta y algunos incluso sin estar en el tren, se
la han arrebatado.
No saben describir lo que pasó ni cómo pasó. Solo saben que
se acuestan y viven un atentado continuo, recuerdan personas, recuerdan un
escenario ensangrentado por la incomprensión. Recuerdan el dolor perplejo que
sienten e ignoran todavía un por qué.
No hay porqués al igual que no hay suficiente castigo en el
mundo para quienes con su deshumanización provocaron esto. La gente no puede
centrar su odio en ellos porque solo sienten el pasado amor que tenían por
quienes ya no están entre ellos.
El silencio es vigilante, es desconfiado, es miedica, y es
provocado.
El silencio ha hablado en lar urnas pero muchos no saben lo
que decía.”